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Tota

  • Hace un mes adoptamos a Tota. La negra Totasa le decimos. Parece una cruza de maltés con cocker y vaya usted a saber qué más. Un amigo me dijo que parece que yo la dibujé de tan negro su pelaje. A ratos sus movimientos son elegantes y precisos y luego juega y es el ser más torpe y desmañanado y se da de golpes al perseguir la pelotita luminosa que su hermanita Molly (también ex-callejera) rechazó. To es muy juguetona, dulce hasta el empalago. También es una raterilla; extrae calcetines, chones, chanclas y cualesquier prenda del cesto de ropa sucia para hacer más acogedora su camita. Es curiosa, antojada, besucona, y también le tiene miedo a Jos.
    Cuando llegó nos temía los dos, era sumamente cautelosa, sus ojos con la medialuna blanca de la precaución permanente. Incluso se nos escapó durante la tarde de su primer día con nosotros. Se escurrió por un hueco angostísimo que dejó la tabla de macocel con la que tapamos hechizamente la luz de los barrotes blancos de la puerta del jardín. Obviamente se lastimó, pero su terror hacia nosotros y toda su situación nueva borró toda otra posibilidad de su mente de perro maltratado y vejado por humanos hijosdeputa. La buscamos como locos por la colonia, los dos corriendo desgreñados, en fachas y chancludos, -trabajamos desde casa, o sea que no nos arreglamos muy seguido entre semana- luego en el carro, desesperados y yo al borde de ponerme a chillar por la culpa y la impotencia, pensando que qué pinchurriento destino el de esa perrita que por su pasado había jodido su futuro de harto amor y tragazón con nosotros. Vivimos cerca del Periférico, la imagen de un pequeño cadáver oscuro, tieso junto al muro de contensión no dejaba mi mente.Pero la encontramos.

    Luego, (como 48 horas después) Tota se dio cuenta de que podía confiar en mí y desarrolló una codependencia hacia mis faldas y mi presencia. Toda la situación removió cosas extrañas en Jos, quien le atribuía razones humanas a su desprecio y tremendo azoro. La perra resultó más eficaz que un psicológo para proyectar complejos y asuntos a medio cerrar, despertó en Jos una frustración inaguantable que explotaba todos los días. Y yo como salero ahí entre mi novio y la perra, entendiéndolos a los dos, buscando textos de César Millán y demás gente experta en lidiar con canes tímidos. Jos no hizo caso de nada y eso me frustró a mí de vuelta. Los gestos que yo encontraba adorables en To, desquiciaban a Jos y lo llevaron a amar más a nuestra otra perrujilla, la cuasigato Molly.
    Molly no le hizo caso a Tota las primeras semanas. Le dio su espacio a la loca para que se aclimatara y con el tiempo las dos comenzaron a retozar y jugar. Creo que Jos debió imitar la actitud de Mo, tan sabia en su empatía perruna, más elocuente que Millán.
    To ya le tiene menos miedo a Jos, quien nunca la ha podido ignorar, Jos no se aguanta de tomarla en brazos y acariciarla mientras To es una cosa rígida que tal parece que viaja a su torturado pasado en un ataque de estrés postraumático ( Jos y yo dedujimos que la maltrataban hombres, y muy probablemente había uno barbón y grandote que la golpeaba con especial saña. Cabrón.)

    Pero los perrujos le sacan a uno una ternura que no sabía que tenía. Cuando escuché a Jos decirle “Toti” a Tota supe que aunque a veces nos gane la desesperación vamos a estar bien en esta aventura de adaptación.
    A Molly le llevó muchos meses dejar de ser tan altanera y mamona con cualquier homínido que no fuéramos nosotros. Así que Tota le lleva  ventaja en su propio proceso.

Y bueno, pues que amo a mis perrashijas.

Adopten.